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Memoria internacional 2019

Sahel: poblaciones atrapadas en una mortífera espiral de violencia

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Desde 2012, el Sahel es escenario de una compleja crisis de seguridad, debido a la proliferación de grupos armados por toda la región. La crisis comenzó en el norte de Mali, se propagó por el centro del país, para pasar después al norte de Burkina Faso y el oeste de Níger. Ahora amenaza la estabilidad de los demás países vecinos.

Las fuerzas gubernamentales han respondido a las actividades violentas de estos grupos, y ha habido una creciente intervención internacional, con la operación antiterrorista Barkhane dirigida por Francia en los países del G5 Sahel Creado en 2014 por Burkina Faso, Mali, Mauritania, Níger y Chad para colaborar en términos de desarrollo y seguridad. y el despliegue de efectivos de Naciones Unidas Misión de Estabilización de la ONU en Mali (MINUSMA), con mandato del Consejo de Seguridad. en Mali.

En este contexto inestable, el acceso para Médicos Sin Fronteras y otras organizaciones humanitarias se ha vuelto cada vez más difícil, y al mismo tiempo cada vez más urgente. A los frágiles sistemas de salud de estos países les cuesta funcionar y el riesgo de inseguridad alimentaria y epidemias es muy alto.

El trágico ejemplo de Mali

Uno de los problemas más graves causados por los enfrentamientos ha sido la explosión de la violencia entre comunidades. Los prolongados pleitos entre grupos étnicos —tradicionalmente agricultores y ganaderos— han sido aprovechados y exacerbados por las partes del conflicto. En la región central de Mali, en 2019 presenciamos ataques casi una vez por semana, a menudo en zonas donde la Administración pública ya no existía ni había servicios básicos. Nuestros equipos recopilaron numerosos testimonios de supervivientes, que describían situaciones de una violencia sin precedentes: hablaban de niños y mujeres quemados vivos y de aldeas enteras arrasadas. En 2019, se registraron más de 4.700 muertes Según el Proyecto de Localización y Datos de Conflictos Armados (ACLED)., el número más alto desde que estalló el conflicto en 2012 y casi el doble que en 2018. 

Hasta la fecha, ni los esfuerzos del Gobierno ni los internacionales (que se han limitado en gran medida a acciones militares) han podido contener esta violencia ni proteger a la población. Por el contrario, el Estado ha perdido el control de áreas enteras, y la falta de protección que siente la población y el temor a represalias han generado un clima de hostilidad hacia las fuerzas internacionales. Además, el crimen organizado ha aumentado considerablemente, debido a que el conflicto afecta a las principales carreteras del país, y especialmente a la única que conecta el sur y el norte. La situación en que se encuentra esta ruta, extremadamente peligrosa en algunos lugares, con frecuentes secuestros y robos de vehículos, socava las operaciones humanitarias.

A pesar de que la situación es extremadamente difícil, MSF sigue proporcionando atención médica, apoyo en salud mental, protección y otros tipos de asistencia a las personas desplazadas y afectadas por el conflicto. En algunos lugares, MSF es la única organización humanitaria presente.

Haibata y su nieta en el campo de desplazados de Barsalogho
A principios de 2019, Haibata y su nieta vivían en el campo de desplazados de Barsalogho. Llegaron huyendo de una masacre en su aldea. El marido de Haibata fue asesinado. Región de Centro Norte, Burkina Faso, enero de 2019.
MSF/Caroline Frechard

Poblaciones atrapadas entre los beligerantes

Lamentablemente, como es habitual, es la población quien soporta lo más duro de esta vertiginosa violencia: asesinatos selectivos, secuestros, desplazamiento, saqueos, muerte o heridas por minas, acoso de todo tipo a manos de los diversos grupos armados, restricciones de movimiento, imposibilidad de acceder a servicios básicos, como atención médica o alimentos, etc. En muchas ocasiones —y debido a esta yuxtaposición de conflictos—, se penaliza a poblaciones enteras, a las que se asocia con una de las partes beligerantes según su origen étnico.

Además de la falta de servicios básicos, una de las principales necesidades humanitarias de la población es la protección; las personas viven con un miedo permanente a nuevos ataques y esto las empuja a abandonar sus hogares y buscar un lugar seguro en otras regiones o en otros países.

Con frecuencia, por miedo, optan por no asentarse en los campos de desplazados y en su lugar se refugian en aldeas vecinas, donde es más difícil que MSF pueda llegar hasta ellas. Estas comunidades lo han perdido todo y necesitan ayuda urgente: comida, abrigo, atención médica y también atención psicológica. A menudo, la gente regresa a su pueblo aunque haya sido reducido a cenizas, y allí no hay asistencia.

La limitada respuesta humanitaria

Es muy complicado que las organizaciones humanitarias lleguen a las poblaciones necesitadas y que estas accedan a los servicios disponibles (por ejemplo la atención médica), debido a la presencia de muchos grupos armados pequeños de gran movilidad y a las barreras físicas, como los bloqueos de carreteras. Esto explica en parte la escasa presencia de organizaciones de ayuda en el terreno; muchas de ellas no tienen la capacidad de reaccionar a eventos violentos ni desplazamientos forzados, o lo hacen demasiado tarde. 

Otro problema es la instrumentalización de la ayuda humanitaria por parte de los Ejércitos de la región. En Mali, por ejemplo, las fuerzas internacionales (una de las partes principales en el conflicto) han asumido como propia la tarea de distribuir medicamentos en los centros de salud donde MSF trabaja, para ganarse “los corazones y las mentes” de la población, sin que parezca preocuparles el riesgo que esto conlleva tanto para las personas que reciben su ayuda como para el personal de MSF, que pueden ser percibidos como aliados de una de las partes en conflicto. En un contexto tan polarizado y con tantos grupos armados con diferentes intereses que luchan en los mismos territorios, es fundamental las acciones humanitarias sean neutrales e imparciales.

En este conflicto armado transfronterizo, que afecta tan duramente a la población civil, MSF siguió siendo el principal proveedor de salud en esta parte del Sahel; a finales de 2019, teníamos proyectos en Koro, Douentza y Ansongo (en Mali), en Djibo y Fada (en Burkina Faso), y en Tillabéri (en Níger). Tenemos el firme compromiso de continuar con nuestras actividades en la región, ayudar a las personas y luchar por preservar el espacio y los principios humanitarios.

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