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Al ritmo de la pandemia: la respuesta de MSF a la COVID-19

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La rápida propagación del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 y las olas recurrentes de altas tasas de contagio y hospitalización plantearon enormes retos para los sistemas de salud de todo el mundo y llevó a algunos de ellos al borde del colapso. Desde principios de 2020, en más de 300 proyectos ya existentes e intervenciones específicas relacionadas con la COVID-19 en 70 países, Médicos Sin Fronteras (MSF) amplió rápidamente su respuesta a esta emergencia global. 

Nuestros equipos trabajaron en países tanto de bajos como de altos ingresos durante todo el año y continuaron brindando asistencia médico-humanitaria en entornos de crisis y conflicto de difícil acceso. Debido a la escasez mundial de equipamiento médico y de protección y a la interrupción de las redes de transporte y suministro, tuvimos que hacer esfuerzos extraordinarios (y tomar difíciles decisiones) para ayudar a las personas que más atención necesitaban.

Protección de las estructuras de salud y su personal

MSF se centró en intensificar las medidas de prevención y control de infecciones en unos 780 centros de salud y 980 residencias de mayores y de cuidados prolongados. Capacitamos al personal, reorganizamos flujos de pacientes, definimos zonas de triaje y habilitamos lavamanos. En total, distribuimos más de 3,2 millones de mascarillas, batas, guantes y demás equipos de protección individual (EPI) para proteger a personal y pacientes. En más del 40% de nuestras intervenciones por COVID-19, también ofrecimos asesoramiento en salud mental y apoyo psicosocial tanto al personal de salud como a los enfermos y a sus familias. 

En Bangladesh, al comienzo de la pandemia, como medida de prevención, MSF habilitó salas de aislamiento en diez centros de salud del campo de refugiados más grande del mundo, Cox's Bazar. A pesar de las graves limitaciones de acceso, en nuestros centros fueron atendidas casi 23.000 personas con sospecha de COVID-19 entre marzo y diciembre. Además, los equipos de promoción de la salud llegaron a más de 266.000 familias con campañas de información a domicilio centradas en la prevención del contagio y distribuyeron unas 290.000 mascarillas y otros artículos de EPI.

En Sudáfrica, garantizar la continuidad de la atención y la protección de las personas que ya tenían otras enfermedades, como el VIH y la tuberculosis, exigía un enfoque flexible y centrado en la comunidad. En 13 centros de salud remotos en Eshowe, en la provincia de KwaZulu-Natal, ampliamos la red de puntos de recogida de medicamentos para pacientes crónicos estables. Para reducir el miedo y el estigma en torno a la COVID-19, dimos apoyo al Departamento de Salud local para que estableciera servicios de asistencia y puntos de triaje fuera de varias clínicas. 

Tratamiento de pacientes con COVID-19 en crisis y conflictos

Durante 2020, hospitalizamos a 15.400 personas con COVID-19 o con sospecha de contagio en más de 150 centros de tratamiento y hospitales especializados. De ese total, unas 6.000 personas tenían síntomas graves y necesitaron asistencia con oxígeno. Brindar esa atención especializada fue particularmente difícil en zonas de conflicto y en países afectados por crisis humanitarias. 

En Yemen, con un sistema de salud destrozado por cinco años de guerra, ingresamos a casi 2.000 pacientes con COVID-19, más de la mitad en estado grave. En tres centros de tratamiento de la COVID-19 en Adén y Saná, había una escasez constante de medicamentos críticos y de equipamientos de asistencia respiratoria y de oxígeno, que tenían que introducirse en el país en aviones de ayuda humanitaria. Muchos pacientes críticos fueron atendidos en salas normales o improvisadas y fue necesario capacitar sobre la marcha en materia de cuidados intensivos, por ejemplo, cómo manejar la ventilación o cómo colocar al paciente intubado en posición decúbito prono. 

En Venezuela, la crisis política y socioeconómica paralizó en gran medida la respuesta nacional a la COVID-19. Dado que se denegó el acceso al país de personal y suministros internacionales, a nuestros equipos les costó atender a los 1.400 pacientes que ingresaron en cinco centros de tratamiento a los que MSF daba su apoyo. La situación fue particularmente preocupante en la capital, Caracas, donde ingresaron alrededor de 700 enfermos graves entre marzo y diciembre. Debido a la falta de personal calificado, medicamentos y equipamiento médico, MSF tuvo que retirarse de uno de los hospitales, al no poder garantizar la calidad de la atención. 

Acceso a comunidades remotas y poblaciones vulnerables

Brindar asistencia médica a comunidades que no la reciben y a colectivos excluidos de los sistemas nacionales de salud (como personas migrantes y refugiadas) se mantuvo como uno de los focos de nuestras actividades durante la pandemia.

En mayo, los informes sobre la catastrófica situación sanitaria que llegaban del vasto estado de Amazonas, en Brasil, nos obligaron a trasladar el grueso de nuestras operaciones desde las ciudades costeras a las riberas del río. Después de dar apoyo en hospitales de Manaos y en la muy afectada ciudad de Tefé, un equipo continuó en barco río arriba para brindar servicios médicos a las pequeñas comunidades del interior. 

Varios miles de kilómetros al sur, en el estado de Mato Grosso del Sur, nuestros equipos ayudaron a prevenir, diagnosticar y tratar la COVID-19 en comunidades indígenas, donde la alta prevalencia de enfermedades crónicas (como la diabetes y la hipertensión) deja a las personas particularmente vulnerables al virus. Durante 2020, en todo Brasil, MSF gestionó 12 proyectos, que dieron apoyo a cerca de 60 centros de salud, incluyendo ocho unidades de cuidados intensivos o centros de tratamiento.

Desde marzo, en Francia, nuestros equipos en París y sus alrededores operaron una clínica móvil para personas sin hogar, migrantes, refugiados, solicitantes de asilo y niños no acompañados que vivían en refugios de emergencia, campamentos improvisados o en la calle. Mediante esta clínica móvil y en dos centros de tratamiento especializados, atendimos consultas con más de 2.000 personas con sospecha de contagio. A principios de octubre, en un estudio de MSF que se llevó a cabo en refugios de emergencia, puntos de distribución de alimentos y albergues para trabajadores migrantes, se determinó que hasta el 94% de las personas habían estado expuestas al contagio, debido a sus condiciones de vida en hacinamiento en centros comunitarios; estas instalaciones, probablemente, aceleraron la transmisión del virus.

Dotación de personal y suministros 

La escasez mundial de equipamiento médico y de protección y la interrupción de las redes de transporte representaron retos logísticos complejos. Al suspenderse la mayoría de los vuelos comerciales durante periodos prolongados, nuestro personal dependió en gran medida, durante la primera mitad del año, de los vuelos chárter humanitarios. En todo caso, cerca de 4.000 trabajadores internacionales pudieron llegar a nuestros proyectos entre abril y diciembre, solo un 25% menos que en el mismo periodo de 2019. 

Desde finales de febrero hasta final de año, nuestros tres centros de aprovisionamiento internacional prepararon cerca de 125 millones de artículos para la respuesta global a la COVID-19, incluyendo EPI, dispositivos médicos, medicamentos, material para pruebas de diagnóstico y equipamiento de laboratorio. La mayoría de estos artículos se enviaron a nuestros proyectos en entornos de crisis humanitarias y conflictos donde la posibilidad de comprar localmente era limitada, como República Centroafricana (RCA), República Democrática del Congo, Yemen, Sudán del Sur, Bangladesh y Afganistán.

En Siria, Yemen, Venezuela y Bangladesh, donde la importación de suministros médicos ya era difícil antes de la pandemia, las restricciones o bloqueos relacionados con la COVID-19 provocaron más complicaciones y retrasos. 

En algunos países donde la cifra de contagios se mantuvo por debajo de lo previsto, como Burkina Faso, Níger y RCA, los centros de tratamiento que habilitó MSF no se utilizaron en toda su capacidad. Estos centros se traspasaron a las autoridades de salud locales y los EPI no utilizados se reasignaron regionalmente, se donaron a otras entidades o se almacenaron en centros de salud para fortalecer la preparación ante emergencias.

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